Cada mañana era la misma rutina, nos levantábamos para ir al trabajo, a penas hablábamos porque nuestro cuerpo aun seguía dormido, el se dirigía al baño y yo seguía dando mil vueltas más sobre la cama y cuando ya escuchaba que cerraba la ducha, esa era la señal de que ya debía pararme si o si de la cama, tomaba la greca y le preparaba su café. Su desayuno siempre era lo mismo, café con pan, yo era un poco más creativa en los míos; pero siempre necesitaba la señal de mi cuerpo que me indicara lo que quería comer, y mientras él se vestía, yo me volvía a tirar en la cama, a calentar mi cuerpo sobre las sabanas que aún conservaba el calor de mi piel y cuando el aroma de café recién colado llegaba hasta la habitación, volvía a ponerme de pie; tomaba una taza; servía el café y le agregaba cuatro cucharada de azúcar y lo colocaba en la mesa junto con los panes, siempre en el mismo lugar de la mesa, siempre colocado de la misma forma, quizás en tazas diferentes, pero siempre allí, a veces yo me sentaba con él, si mi cuerpo deseaba tomar desayuno justo en ese momento o de lo contrario hacia cualquier cosa, la más frecuente era usar mi celular y el terminaba su café, terminaba de arreglarse y tomaba sus llaves y más o menos se despedía de mi, mientras salía por la puerta una vez más para irse al trabajo, y me dejaba allí, entre cuatros paredes, esperando algo diferente cada mañana al abrir los ojos.
Lucy Pgrr
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