Mirarle a la distancia era
extraño para mi, pues ya no surgía el tigre feroz que se apoderaba de mis
extrañas para devorarla con pasión desenfrenada, ahora mirarla me daba
nostalgia y a la vez una mezcla de dulzura; creo que en verdad aquella chica inocente
de ojos azules se enamoro de mí, porque de no ser así, no existiría otra
explicación para justificar que a pesar de todas mis estupideces ella ha
permanecido allí conmigo, a pesar de las crisis que nos aborda una y otra vez,
ella no me abandono; aunque el destino siempre le dio la oportunidad de
hacerlo, como con aquel empresario esbelto de músculos definido que siempre la
buscaba como un lobo hambriento o aquel ingeniero de pacotilla que la enamoraba
descaradamente frente de mi, pero a pesar de todo ella nunca me abandono,
prefirió a este panzudo señor de campo, a este mal hablado que nunca ha usado
una de aquellas palabras refinadas que enseñan en la universidad a esa gente de
sociedad.
Pero y ahora;
ahora la veo allí, ordenando los trates desgastados por los usos continuos que
le hemos dado, porque la plata ya no nos ha permitido comprar unos nuevos, y
lleva aquel vestido que años atrás poseía colores vivos y chispeantes y ahora es
un trapo viejo que cubre su cuerpo; ese cuerpo que tantas veces toque; ese
cuerpo que me hacia vibrar, ese cuerpo que ahora es un montón de huesos unidos.
Que mal la ha tratado la vida, que mal la ha tratado esta vida conmigo.
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